lunes, 15 de octubre de 2007

El fetiche del vestido (I)


Si se puede afirmar que la belleza está en la mirada del espectador, sin duda el erotismo está en su mente.

Adolf Loos afirmaba que el erotismo en el arte se daba en origen, incluso lo más antiguo, una cruz pintarrajeada con el dedo por el hombre primitivo en una pared. Loos dice que la línea horizontal representa a una mujer acostada y la vertical a un hombre que la penetra.

Baudelaire contaba, a propósito de los puritanos que se escandalizan por todo, que le recordaban a una prostituta a la que llevó al Louvre y delante de las estatuas y cuadros de desnudo, se ponía colorada, se tapaba es rostro, le tiraba de la manga y preguntaba cómo se podían exponer al público semejantes obscenidades.

El precio de ese falso pudor y de los tabúes judeocristianos es el desarrollo del erotismo, del que deriva el fetichismo del que todos participamos, con nuestras preferencias por una u otra parte del cuerpo, por una u otra forma de vestir.

El vestido juega el doble papel de tapar evitando que el cuerpo se convierta en un espectáculo ambulante pero a la vez excita la curiosidad. Los hombres de la tribu de los Pongo, en África, andan desnudos y no dejan que sus mujeres se vistan ya que entonces serían más bellas y las pretenderían los hombres de los pueblos cercanos.