viernes, 15 de agosto de 2008

¡Eres de desordenado, hijo!


Fotografía, el caos en el orden

Hace tiempo que sabemos de la vulgaridad y el aburrimiento del orden. Menos mal que nunca lo conseguimos del todo. Por ejemplo, cuando creemos haber puesto un poco de orden en nuestra biblioteca, llegan nuevos habitantes para hacerse un espacio, para desordenar el orden… y así con casi todo.

De todo eso que solemos llamar defectos, el desorden es el más ligado a nuestro temperamento. Al menos al temperamento más libre, menos domesticado. Amamos instintivamente el desorden. Y eso indica generosidad de corazón y de espíritu. Es preferir el riesgo a las mezquinas certidumbres. El orden es imperioso, estrecho, cruel. El desorden permite adaptarse a las nuevas expectativas

Cuando era niño se llamaba gente de orden a los del régimen de Franco. Qué miedo me daba la gente de orden, la que quiere retroceder al siglo XVII, los ordenados de toda la vida.

Eric Abrahamson, profesor de la Columbia Bussiness School ha estudiado con modelos matemáticos la eficacia del desorden. Afirma que si en una organización se habla de reestructuración, es difícil que se tome en cuenta el alto costo de llegar al nivel buscado. Y además, cierto desorden permite a las personas e instituciones ser más creativas y flexibles.

Hay que encontrar el punto intermedio. Si uno trabaja, genera desorden y tiene la opción de parar y ordenar y organizarse o seguir trabajando. Si sigue trabajando, en un punto ya no podrá hacer nada por el desorden total. Si se para a ordenar a cada rato, tampoco se podrá avanzar. Hay un punto medio donde el rendimiento es el más eficiente. Ese es el nivel de desorden óptimo, señala Abrahamson.

Alexander Fleming, se fue de vacaciones sin ordenar ni limpiar su laboratorio y al regresar encontró un círculo de moho que había invadido uno de sus cultivos de bacterias. El estafilococo de su cultivo parecía mantenerse apartado del moho e, intrigado, Fleming lo puso bajo su microscopio y así descubrió la penicilina.

Fleming ya se beneficiaba del desorden de su laboratorio porque el tiempo no dedicado a ordenar lo dedicaba a investigar. Pero, además, el desorden creó conexiones, es decir una resonancia entre el laboratorio y el mundo de alrededor, y llevó a consecuencias inesperadas (algo que ya le había pasado antes: descubrió el lysozyme, una sustancia moderadamente antibiótica, al estornudar sobre una muestra de bacterias.

En las oficinas ejemplo del escritorio es muy ilustrativo. Según las políticas de escritorios limpios de muchas empresas, cada papel que llega debe ser archivado correctamente de inmediato. Empero, si dejamos que se acumulen 10 papeles, estaremos haciendo un solo viaje al archivo en vez de diez... ¡y posiblemente en un momento donde no haya tanto trabajo urgente! Además, sin la separación creada por estos sistemas externos de orden se pueden ver relaciones entre cosas juxtapuestas que, de otra manera, hubiera sido mucho más difícil ver.

El paradigma de la eficacia del orden es una obsesión que heredamos de la revolución industrial y el paradigma de la eficiencia de la máquina que fue llevado a lo social e incluso a la familia. Está el célebre caso de Galbraith que, como quería una familia eficiente, ponía clases de alemán a sus niños cuando estaban en la bañadera, hacía que los grandes limpiasen la superficie de los muebles y los más pequeños las patas, y les sacó a todos las amígdalas (12 hijos), para ver cómo hacerlo de la manera más efectiva. Pero yendo mucho más atrás, el orden tiene resonancias religiosas (Dios, después de todo, es el primer organizador, que separó la luz de la oscuridad) y Freud reforzó nuestras creencias en el siglo XX. Por eso, no es de extrañar que dos tercios de encuestados admitan sentir culpa por ser desordenados.

Lo mismo ocurre con la economía. La Unión Soviética tenía una economía muy organizada, con planes quinquenales. El mercado es mucho más desorganizado, pero eso permite adaptarse y ser innovador, con ciertas regulaciones básicas.

Ilya Prigogine y Benoit Mandelbrot son los padres del paradigma científico que establece que la irreversibilidad y el desequilibrio implican la autoorganización. Lo real es caótico y por eso es creativo. Nosotros estamos compuestos por células, cada célula se relaciona con las demás a través del sistema nervioso, endocrino e inmunológico. Las conexiones son de tipo reticular, no están jerarquizadas. Una red con diferentes nodos donde no hay un centro. Otro ejemplo, si gotea un grifo, no lo hace de forma regular, no hay un modelo matemático que contenga esa goteo.Pues eso mismo aplicado en la vida.