martes, 16 de diciembre de 2008

Del héroe al concepto es el concepto

Petra by Radek Hofman Petra, de Randek Hofman, Art Gallery



Jean Giraud, Moebius, avance de otra entrada Giraud = Moebius

La cultura occidental desde los griegos -incluso desde antes- hasta el siglo XVII ha sido una cultura de la ejemplaridad. Se entendía que existía una perfección ya completa fuera del hombre y que quien deseaba conseguir la perfección debía imitar la ya existente, es decir, imitar.

Antes de la formación de la «polis», la sociedad se estructuraba en «oikos», centros domésticos cuyo vértice estaba culminado por un jefe; lo que él hacía y decía era fuente de ley y de moralidad. La Iliada y la Odisea no eran meras colecciones de mitos, sino que equivalían a la Biblia; eran la fuente que legitimaba todo comportamiento y toda regulación de la sociedad.

Todo esto se empieza a perder un tanto al llegar Platón, el origen de la verdad y de la moralidad ya no será el comportamiento generalizable de personas, sino el concepto, la idea; se va del héroe al concepto.

En el cristianismo, entre los siglos I y II, la idea de imitación de Cristo era muy potente. En el Nuevo Testamento era un seguimiento práctico, material: «Ven, déjalo todo y sígueme»; en cambio, a San Pablo, la idea de seguimiento histórico, real, de una persona no le sirve, y adopta la imitación mística del Mesías, a quien considera el origen y el destino del universo, el alfa y el omega. Así, San Pablo conduce a su apogeo la idea de seguimiento, que los mártires llevan a rajatabla.

¿Qué sucedió después? Una doctrina de salvación se convierte el año 313 en la religión oficial de Roma y se pasa del mártir al dogma. Ser cristiano era profesar unas ideas definidas en concilios, una cuestión de contenidos.

En la Edad Media, Duns Scoto sugiere que Dios no puede estar vinculado por este mundo, sino que debe tener la posibilidad de haber creado otros mundos, al menos mundos posibles.

Entonces, a partir del siglo XIV empieza a germinar, esa idea: Si este mundo no es el único posible, entonces no está completo, y si es así, se puede completar. Por tanto el sujeto puede añadir creación a una Creación inconclusa. El sujeto moderno será básicamente autónomo y creador, porque autónomo significa el que se da las normas y, por tanto, él las crea y no las somete a ningún modelo anterior.

La emulación en el Renacimiento, pretendía imitar lo inimitable de los clásicos (Burke). Por eso la primera novela moderna, el Quijote, es la tragicomedia de un mitómano que literalmente se muere de envidia (René Girard)

Después, con la Ilustración y el Romanticismo, la idea de imitar ejemplos se consideró impropia de un ser racional, que no debe imitar a otro sino a sí mismo. Antes del siglo XVIII el ejemplo se presuponía, pero no se teorizó; después, se ignoró.

Sin modelos externos a los que imitar y tratar de superar no hay posibilidad de aprendizaje ni por tanto de desarrollo mental y moral. Partiendo de este principio hay que plantear enseguida una distinción entre modelos y antimodelos. Ambos son arquetipos de excelencia personal como virtuosos de la autorrealización humana. Pero mientras el modelo es un héroe positivo y virtuoso que se caracteriza por su universalidad, el antimodelo representa la cara oculta del héroe: el lado oscuro de su fuerza (por decirlo a la manera de Star Wars).

Y cómo caracterizamos negativamente a los antimodelos . Se puede recurrir a la conocida inversión de los fines por los medios. Un modelo es un fin último que exige esfuerzo personal, es universal y reconoce la libertad y la responsabilidad.

En cambio, el antimodelo desprecia esos fines morales (los valores de universalidad, realización, libertad y responsabilidad, entre otros) para cometer el pecado kantiano de anteponer los medios (los métodos, los instrumentos, los recursos...) utilizados para conseguirlos, a los que se sacraliza en términos absolutos como si fueran falsos dioses, derechos unilaterales o fines en sí mismos.

Son tres tipos de identidades o atributos: la clase (o el estatus), la raza y la nación. Un héroe antimodélico y contraejemplar; Adolf Hitler, ETA o Kurtz, el tirano colonial que protagoniza la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad.