viernes, 27 de marzo de 2009

Fundamentos biológicos de la moral

Los relativistas multiculturales creen que la moral es una fantasía variable, producto de la utilidad social y por lo tanto sin fundamento. Otros, como Rawls, se encuentran en un punto intermedio según el cual la satisfacción "natural" de actuar rectamente tiene un fundamento social, la funcionalidad del bien común. Al contrario, uno de los científicos más prestigiosos de Harvard, Marc Hauser, lleva tiempo demostrando que nacemos con una especie de principios morales universales, que las principales fuentes de nuestros juicios morales no proceden de la religión. Como dice una famosa pegatina de algunos coches, la religión no es un prerrequisito de la moral. Hay un conjunto de principios comunes que todos los seres humanos parecen compartir en lo que respecta a sus juicios morales.

Mujeres a orillas del mar. Puvis de Chavannes.


La mayoría de nuestras intuiciones morales son inconscientes, involuntarias, y universales, y se desarrollan en cada niño a pesar de no tener educación formal. Cuando los humanos, desde los hombres primitivos de tribus de Tanzania hasta los multimillonarios de Silicon Valley, generan intuiciones morales, éstas son decisiones instintivas que se toman sin saber porqué o cómo. Esta capacidad es nuestra facultad moral.

Primero tenemos esa gramática moral universal que se desarrolla inconscientemente. Algo que tiene que ver con la genética; debe de haber algún tipo de mecanismo que se supone que está biológicamente predeterminado en cierto nivel, que nos permite emitir esos juicios muy rápidos. Cuando le pedimos a la gente que nos dé una respuesta de lo que para ellos es moralmente justo ante distintos problemas morales, a veces dan una respuesta pero no pueden decir por qué, y esto sugiere un proceso inconsciente que básicamente los empuja en una dirección u otra.

Algunos de estos principios morales, son compartidos con el resto de los animales; es algo darwiniano, procede de la selección natural, de hace millones de años. Otros, en cambio, son específicos de nuestra especie.

En algunos experimentos y observaciones que se han hecho con animales salvajes o
en cautividad, ocurre lo mismo que con los humanos; los animales a veces deciden cooperar, por ejemplo un animal puede cooperar con otro para cazar, para capturar una presa. Hay muestras de cooperación, de altruismo, de reparto de la comida; animales donde después de una lucha entre uno subordinado y otro dominante, se abrazan para reconciliarse y tranquilizar a todo el mundo, para que los niveles de estrés no suban; es lo mismo que vemos en las sociedades humanas.

En cambio, hay cosas que parecen ser únicamente humanas, por ejemplo, la capacidad de correspondencia: yo te doy algo a ti hoy y dentro de un tiempo, tu me lo darás a mí. Es algo bastante común en las sociedades humanas, pero es una capacidad que no vemos demasiado en los animales. Sugiere que a los animales les cuesta ser pacientes.

Hay estudios muy interesantes con humanos que han hecho ecografías del cerebro. Se puede observar que cuando una persona experimenta dolor, surge un cierto modelo de activación cerebral, pero cuando alguien ve a otra persona que experimenta dolor surge exactamente el mismo modelo de activación; de modo que existe una correspondencia entre las áreas del cerebro en el contexto de la empatía.

Cuando Chomsky propuso su teoría la idea principal era la siguiente: si nos fijamos en la adquisición del lenguaje en el niño, los estímulos que recibe son escasos comparado con las generalizaciones que hace; es lo que Chomsky llama el “Problema de Platón”. Como resultado, tenemos que inferir que el niño ha nacido con cierto tipo de capacidades innatas que, en palabras del propio Chomsky, le permiten hacer “crecer” el lenguaje, no aprenderlo, sino hacer crecer como por ejemplo nos crecen los brazos. Por eso, hay una maduración biológica muy fuerte de los factores que preparan al niño para el futuro, y que forman parte de lo que significa ser humano. Estos principios generales o, en este caso la gramática universal, forman parte de nuestra especie.

El aspecto más profundo de la teoría de Chomsky sobre el lenguaje puede trasladarse perfectamente a nuestra manera de pensar sobre la moralidad, y nuestra manera de hacer ciencia. Que el ser humano nace con un conjunto de principios universales. Lo que la cultura puede hacer es hacer pequeños cambios, ajustar parámetros. Modular el comportamiento.

Hay una población indígena en Panamá: los Kunas. Están muy aislados, apenas tienen contacto con el mundo exterior. Viven en un tipo de sociedad bastante simple. Los colaboradores de Marc Hauser fueron allí y les presentaron dilemas morales que trataban de animales salvajes. En uno de los ejemplos, los cocodrilos van a devorar a cinco personas en el río. Si estás en una canoa, y puedes desviar a los cocodrilos para que sólo maten a una persona, ¿es aceptable? Sí, lo es.

Otra alternativa: puedes tirar a alguien al río para que los cocodrilos lo devoren y así se salven cinco personas. ¿Es aceptable? No. Así que los indígenas muestran un sistema psicológico paralelo y muy similar al nuestro, en el que el daño intencionado, lanzar a alguien para provocarle daño, es menos aceptable que un daño que sólo se prevé.

Pero los indios kunas están más dispuestos a decir que es aceptable lanzar a un hombre a los cocodrilos de lo que lo estamos en nuestra sociedad. Tienen grupos poco estables, y altos niveles de infanticidio. Así que matar, en su sociedad, es mucho más común. Es aquí donde la cultura puede intervenir, cambiando la manera de juzgar.

En conclusión, nuestro sentido moral funciona de un modo muy parecido al lenguaje: hay un conjunto de principios universales que permiten establecer los posibles sistemas morales.

Una de las cosas que han empezado a hacer en Harvard es utilizar tecnologías en neurociencias para intentar identificar circuitos cerebrales que son cruciales en la toma de decisiones morales. Los laboratorios de Antonio Damasio, de la Universidad de Iowa, y Marc Hauser, de Harvard, han examinado a seis personas con daños muy localizados en el córtex prefrontal ventromedial (VMPC), uno de los nodos centrales de la red emocional del cerebro, muy estudiado desde el 13 de septiembre 1848, cuando una explosión accidental disparó una barra de hierro de un metro de largo y seis kilos de peso exactamente hacia el VMPC de Phineas Gage, el capataz de una cuadrilla de trabajadores del ferrocarril. Sobrevivió, y sin daños en la capacidad del lenguaje ni en otras funciones intelectuales. Pero como dijo poco después un amigo suyo: "Este hombre ya no es Phineas Gage".

Aunque todo esto parece cierto, resulta que cuando estamos confrontados a dilemas morales,para cierto tipo de problemas morales, esta zona es muy relevante, pero para otros muchos, no lo es. Lo que se intuye es que para algún tipo de problemas morales, las emociones parecen ser irrelevantes: se pueden tomar decisiones basándose en lo que alguien creyó, en lo que alguien intentó, y parece que las emociones no desempeñan ningún papel. Pero cuando surge un dilema, cuando la acción causa daños a uno pero beneficia a muchos, surge el conflicto: puedo matar a una persona y salvar a cinco; en tal caso, estos pacientes con el lóbulo dañado, prefieren salvar a los cinco. La repugnancia del daño no tiene demasiada importancia y se hace realidad el Mayor Bien en sentido utilitario.

Hauser piensa que gran parte de nuestros juicios morales se hacen antes de las emociones; en cierto modo las emociones siguen a los juicios morales, en lugar de precederlos…

Es la visión radical; veamos los psicópatas. Son gente que matan a otros. La interpretación clásica es que tienen un déficit emocional. Y que debido a este déficit emocional, ellos no saben lo que está bien o mal, pero hay una interpretación alternativa: ellos saben lo que está bien o mal, pero como carecen de las emociones necesarias, no pueden evitar hacer lo que está mal.