jueves, 21 de mayo de 2009

El eterno femenino y los mirones

Milo Manara













Bettina
, la acróbata que describe Goethe en sus Epigramas venecianos, era tan elástica y tan ágil, tan maravillosamente hecha y tan flexible que podía tocar su cuerpo de todas las maneras posibles. Goethe se pregunta a qué especie pertenece, pues la chica es simultáneamente pez, concha, reptil, pájaro, humano y ángel.

El escritor siente miedo y arrobamiento: " Lo que más me preocupa es que Bettina crece cada día más en soltura, en belleza y en dominio de sí misma. Su cuerpo se perfecciona cada vez más. Al final se acariciará con la lengua su propio sexo. Jugará con su encantador cuerpo y perderá todo interés por los hombres."

Es el problema de ser un voyeur. No sólo permanece ajeno al juego sino que también es un perdedor. La chica se ha convertido en un fin de por sí. Embelesa tanto y se preocupa de tal manera de sí misma que no tiene necesidad alguna de los hombres, a no ser como espectadores.

En Mademoiselle de Maupin, de Theophile Gautier, no sólo los espectadores descubren que M. de Maupin, que siempre vestía de hombre, es en realidad una jovencita, sino también las otras mujeres que entonces la consideran una nueva rival y critican sin piedad su físico, pese a ser hermosísima

Así vemos que hay varios niveles en el voyeurismo: en la primera fila están otras mujeres, las rivales, en la segunda, hombres excitados por los comentarios y en la tercera, los lectores, nosotros.

Por encia de toda virtud reina el deseo. La metáfora de la feminidad es el secreto, el misterio. Desvelarlo es la razón última de la vida de un hombre. Por eso hay quién quiere profanarlo con violencia incluso. Jack el Destripador después de asesinar amputaba el útero a sus víctimas y daba prueba de esa impotencia para profanar el secreto a no ser por medio de la violencia. Por eso son siempre hombres quienes comenten crímenes sexuales, las mujeres no tienen esa naturaleza porque no pueden penetrar con violencia el cuerpo de un hombre.

El cuerpo femenino no sólo despierta deseo de profanación. Es sobre todo motivo de búsqueda de aventura de éxtasis, de sueño. Por ese motivo ha conducido a cimas artísticas , la imaginación se ve estimulada por lo prohibido. De ahí el auge de la pornografía en la Inglaterra victoriana o la misma época en Francia, igualmente represiva. A pesar de que podía acarrear prisión, centenares de obras prohibidas fueron vendidas.

En el ensayo Una habitación propia, Virginia Wolff describe irónicamente la sorpresa que se llevó al consultar las fichas del índice del Museo Británico con muchísimos libros escritos por hombres sobre mujeres y ninguno al revés. La respuesta es evidente. los hombres encuentran a las mujeres infinatamente fascinantes e indescifrables. Veáse: Venus en la mitología romana es la diosa del amor y de la belleza femenina. En Grecia Afrodita surgió de la espuma del mar. La Afrodita de Cnidos del escultor griego Praxíteles , del 350 a de C. , es el primer desnudo femenino de la historia de la escultura. Empezaba a ser el espléndido objeto del deseo.