viernes, 18 de septiembre de 2009

Leni Riefenstahl


En 1902 nació en Wedding, en Berlín, una barriada obrera. Helene Amalie Bertha Riefenstahl. Criada en un vecindario sacudido por suicidios diarios y un índice de raquitismo del 20 por ciento, se forjó la voluntad y la ambición de Leni Riefenstahl.

Una representación infantil de «Blancanieves» iluminó el talento de esa niña de 5 años que había aprendido a leer prematuramente. Su vocación era el espectáculo. Delante aguardaba una fulgurante carrera en los escenarios como bailarina -que se truncó cuando se lesionó la rodilla: «De todo lo demás que he hecho en mi vida como artista, la danza fue lo que más me fascinó y me hizo feliz», declaró ya centenaria-.

Su destino quedó marcado en junio de 1924. Mientras esperaba su tren se acercó a un cine próximo para ver una película. Proyectaban «La montaña del destino», de Arnold Fanck, y desde entonces su mirada perteneció al cine. Entró en contacto con el realizador y éste, fascinado, escribió un guión para ella: «La montaña sagrada» (1926), un triángulo amoroso en lo más alto de las cumbres que se reproduciría alrededor de la actriz fuera de las pantallas.

El filme la convirtió en una estrella. El siguiente hito fue «El infierno blanco de Pitz Palü». Fue la segunda cinta más vista de Alemania y el nombre de Leni ya pasaba de boca en boca. Pero su fama no la ayudó para trabajar para conseguir el papel de «El ángel azul» (según Riefenstahl lo perdió frente a Dietrich). A partir de ahí, juró, como una Vivien Leigh, que se haría a sí misma.

Su proyecto «La luz azul» está en la raíz de su antisemitismo. Creada, interpretada y dirigida por ella, recogió unas reseñas muy malas en los diarios democráticos. «Estos críticos judíos no entienden nuestra mentalidad. No tienen ningún derecho a criticar nuestro trabajo», dijo Leni. No reparaba en los judíos que la habían ayudado a terminar la cinta. Se había pasado al nazismo.

A Hitler lo vio por primera vez ante un mitin: «Fue como si me cayera un rayo», reconoció Riefenstahl. Y durante su primer encuentro personal, Hitler le dijo: «Cuando ostentemos el poder, usted debe hacer mis películas». El Führer dejó en ella una impresión de hombre «inesperadamente modesto, natural y desinhibido». En toda su historia, en el Partido Nazi sólo hubo un 5 por ciento de mujeres. Ella llegó al círculo íntimo. Su pasión por el jerarca surgió tras la lectura de 'Mi lucha' y, al igual que otros millones de personas, apeló al hechizo de su personalidad en tiempos duros para Alemania. Desde su primer encuentro con el Führer, mantuvo una relación privilegiada con la Cancillería, que se mantuvo hasta el fin. Nunca hubo un creador cinematográfico con medios tan abundantes y, posiblemente, un ego no menos desmesurado, a pesar de que las críticas por su vinculación política nunca dejaron de acosarla.

La quema de libros, el orden nazi, el boicot contra los judíos. Riefenstahl negó conocer todo. Más tarde comentaría: «Sólo yo debería haber previsto que un día las cosas cambiarían». De momento rodaría los largometrajes sobre el Tercer Reich. Conocería a los dirigentes del régimen. A Goebbels lo llamaba, en la intimidad, «el tullido», el ministro de Propaganda, con quien mantuvo una tormentosa relación plagada tanto de ensalzamientos como de amenazas directas.; Martin Bormann «era un hombre muy primitivo» y Albert Speer, por el contrario, era «atractivo e impresionante».

Los rumores sobre el origen judío de la madre de Riefenstahl desencadenaría una investigación, ordenada por Hess, que no concluyó nada (no repararon en la falsificación de la prueba de descendencia que ella había preparado). Mientras, rodó una serie de cintas: «La victoria de la fe», y sobre todo «El triunfo de la voluntad», un clamoroso éxito en Alemania, con las famosísimas tomas del congreso del partido nazi en la explanada de Nuremberg, que mostró su peculiar manera de hacer, síntesis entre las técnicas documentales y narrativas, realzadas con una disposición de las cámaras muy calculada y osada, fruto de la obsesiva experimentación. El resultado se culminaba mediante una no menos extraordinaria labor de montaje. La sutil relación entre evocaciones poéticas, apelaciones al sentimiento del pueblo alemán, y el colosalismo de la puesta en escena generó imágenes muy seductoras, que proporcionaron el imaginario nacionalsocialista. La directora apeló a la vertiente artística de las cintas, pero nunca pudo desligarla de la responsabilidad moral, una carga que siempre la persiguió.

«El día de la libertad» fue otro éxito pero la fama mundial le llegó con «Olimpiada», el alarde de técnica e innovación sobre las Olimpiadas de Berlín, donde Hitler afirmaba: «Alemania necesita la paz y desea la paz». Se considera técnicamente y por sus originales planteamientos estéticos una revolución en el concepto propagandístico y en definitiva el mejor documental de la historia del cine La celebración de la cita olímpica en Berlín en 1938 suponía una ocasión única para difundir la nueva imagen del país y Riefenstahl se aplicó. Su osadía la llevó a una puesta en escena en la que se combinaban innumerables artificios técnicos y medios técnicos que generaron miles de metros de celuloide. Aunque la cineasta reclamó su iniciativa como un logro individual, 'Olimpiada' se convirtió en una tarjeta de presentación del nuevo gobierno de Berlín, una herramienta de la propaganda de Goebbels, y, como tal, concitó el rechazo de los aliados.

La guerra irrumpió. Riefenstahl siguió a las tropas en Polonia con una pistola y un cuchillo en el cinto. Presenció la masacre en Konskie, de la que se «marchó visiblemente alterada», según un testigo. Retomó «Tierra baja», la película más cara de Alemania, financiada por Hitler.

Al final la catástrofe. La apresaron soldados americanos y luego se enfrentó a la realidad. «Oculté la cara entre las manos». Dachau, Auschwitz, Buchenwald... «No sabía nada de eso», dijo, como antes con «La noche de los cristales rotos».

Leni (1902-2003) pasó sus últimos 60 años negando lo evidente: que era la cineasta favorita de los nazis, que financiaron generosamente sus películas; íntima de Adolf Hitler, echaba la culpa de todos sus contratiempos a los judíos.

Sobre todo, Leni pleiteaba. Azuzaba a sus abogados cuando alguien se atrevía a refutar su desconocimiento de las masacres nazis (y aparecían unas fotos que la situaban en medio de una matanza de la Wehrmacht en Polonia). También negó haber usado a prisioneros del Tercer Reich como extras en su versión de Tierra baja, unos desdichados gitanos a los que caracterizó como campesinos españoles. Se salvó por un tecnicismo: no salieron de un campo de exterminio, sino de un campo intermedio, anterior a su destino final.

El instinto de supervivencia de esta mujer tuvo una nueva oportunidad tras leer 'Las verdes praderas de África'. Probablemente, llegó hasta la novela de Ernest Hemingway cuando se documentaba en torno a las corridas de toros y el continente negro la atrapó. La seducción se produjo en 1952 y durante la segunda mitad del siglo emprendió al sur de Sudán una ardua labor, fundamentalmente fotográfica, con talante antropológico y etnográfico con sus erotizados retratos de los atléticos nuba africanos. Para Susan Sontag, sus nubas "son mejores nazis, bárbaros más puros, los verdaderos teutones". Para entonces, ya era una figura de cierto glamour. Fue celebrada por Andy Warhol, Jodie Foster pretendió interpretarla en un biopic, trató a Mick Jagger.

"De qué soy culpable? Nunca he pronunciado un solo término antisemítico. No he arrojado ninguna bomba atómica". Leni Riefenstahl no se arrepintió de su colaboración con Hitler, aunque durante la mitad de su larga vida, un siglo, hubo de enfrentarse a graves acusaciones y el constante recuerdo de su trabajo para el III Reich. El Führer condujo a Alemania al desastre más absoluto, mientras que la mítica directora cinematográfica, a través de sus poderosas imágenes, contribuyó decisivamente a crear el aura seductor y mesiánico del genocida.

También rodó una película submarina, 'Impresiones bajo el agua', estrenada coincidiendo con la celebración de su centenario. El hecho sirvió para que las críticas y denuncias por su colaboracionismo volvieran a llenar los medios de comunicación. Falleció poco después y, cinco años más tarde, su leyenda artística sigue vigorosa, y plena de controversia.