sábado, 4 de diciembre de 2010

Conocerse a uno mismo


Un dictamen manido dice que el mejor modo de ser feliz es conocerse a sí mismo. Nadie, sin embargo, lo ha conseguido. Se sabe esto o aquello de uno, se toma nota de lo que la pareja o los padres nos atribuyen pero ensamblado todo no se llega a constituir una identidad.

La sentencia de Píndaro, "llega a ser el que eres", incide en la misma imposibilidad. Saber cómo se es o consagrar la vida a lograr la coincidencia entre el propio yo -supuestamente originario-  y su otro yo que  crea la sociedad, constituyen tareas rematadamente  inútiles.

En el breve ensayo Lejos de míClément Rosset se ocupa de destrozar la idea de que, más allá de la identidad social, existe en cada hombre (aunque sea un tanto escondida) una identidad personal. Esa vieja leyenda de que detrás de esa identidad que surge del trato con los demás, y que se considera falsa - una máscara sujeta a diferentes compromisos formada por concesiones y apariencias - hay un reducto donde se aloja la verdad de cada uno, aquello que da sentido a las propias vicisitudes y que llena de intenciones cada acto, cada decisión, cada paso que damos.

Ilustración de Sonia Sanz Escudero
No hay tal cosa, dice Rosset. "Lo que hace las veces de la identidad es pues un puzzle social, que es tan abigarrado como inexistente la imaginaria unidad que debía sostenerlo". Así que la identidad social es la única identidad real. "No estamos hechos más que de piezas añadidas", cuenta Rosset citando a Montaigne. Y pone el ejemplo del queso camembert, diciendo que ese queso podría conocer el sabor de los otros quesos, de poder probarlos, pero que del suyo no tendría nunca ni idea, por muchos mordiscos que se diera.

En otro libro anterior, Lo real y su doble, ensayo sobre la ilusión reflexiona Rosset en idéntico sentido acerca de la negación de la realidad: cuando se impone lo real, recurrimos a la ilusión; terminamos por instalarnos cómodamente en esa ilusión y asimilarnos al doble de nosotros mismos que en verdad no existe.


domingo, 6 de junio de 2010

La belleza está en el cerebro


Ahora conocemos que la pasión por la belleza no es un instinto machista, sino que corroborando a Platón y Plotino, es un instinto básico que está dentro de nuestro cerebro y que se define en las primeras semanas de la vida embrionaria. El cerebro sufre una influencia hormonal en el útero alrededor de la semana decimotercera de la vida embrionaria, que le condiciona a un sexo determinado. Y esto influye en lo que se considere atractivo más tarde durante la vida.
 
Pero cómo funciona ésto: lo que buscamos son características que sean atractivas en el sexo contrario. Por ejemplo, a los hombres les gustan las caras que muestran niveles bajos de testosterona, que es la hormona sexual masculina. La cara de la mujer atractiva tiene la mandíbula inferior corta: este es un índice de bajo nivel de testosterona. Y también unos grandes niveles de estrógenos, que es la hormona sexual femenina, como por ejemplo unos grandes labios. Es decir: un alto nivel de estrógenos y un bajo nivel de testosterona, lo que indica una gran fertilidad. Esto es lo que resulta atractivo para los hombres: una cara que tenga estos marcadores hormonales, que indican una alta fertilidad.


 
Además está demostrado que estamos atraídos por la simetría. Parece ser que cuantas menos asimetrías se encuentren, mejor es el sistema inmunológico. Es como si se empezara con un sistema inmunológico perfecto, pero durante nuestro desarrollo estamos expuestos a parásitos, virus y bacterias; y si se consiguen evitar se tiene más simetría. Es un plan biológico: una simetría perfecta. Pero si la simetría se pierde, quizá es una señal de que el sistema inmunológico no es bueno.
 
Ésto lo descubrieronn los egipcios y lo aplicaron en sus pirámides y lo heredaron los griegos: la proporción entre la diagonal y el lado del pentágono regular el número fi, 1,618, la divina proporción de Leonardo, que se ha usado en el arte y también en la música, como Beethoven en la 5ª sinfonía o Mozart que la utilzaba en la estructura de sus Sonatas. Lo curioso es que se da en la naturaleza, en la forma de crecer plantas, en las piñas, en la distribución de las hojas en un tallo, en las dimensiones de muchos insectos y pájaros y en la formación de caracolas.
 

jueves, 11 de marzo de 2010

De la cabeza a los pies, la evolución deficiente

El cerebro en realidad es lo contrario a lo que durante tantos años nos han venido diciendo: que este cerebro que tenemos en la cabeza es realmente increíble, que es lo más sofisticado del universo. Pero somos el producto de la evolución, y la evolución no puede mirar hacia delante y plantearse cuál es la mejor manera de hacer algo; la evolución simplemente existe, es un mero proceso de selección natural. A veces, eso conduce a mejoras fantásticas, pero otras veces da lugar a cosas que son chapuceras y desastrosas.

El hombre de Vitruvio, Leonardo da Vinci.

La columna vertebral humana es un buen ejemplo de apaño. La columna nos permite andar erguidos, lo cual es estupendo, porque nos libera las manos y nos permite apuntar, utilizar herramientas... Es genial, un avance evolutivo sofisticado; pero sus mecanismos de evolución dejan mucho que desear, no están bien diseñados. Una única columna no es una manera demasiado buena de sostener el peso corporal de un ser humano. El 70% de nuestro peso se sostiene gracias a una única columna. Sería mejor una suerte de trípode, como los que aguantan las cámaras de fotos o cine.  Sería una manera mucho más estable de sostener un peso pesado, Deberíamos tener tres columnas vertebrales, con,  por ejemplo, una especie de refuerzo transversal. No aguantarías las cámaras con un solo palo.

El motivo por el que tenemos una única columna sosteniendo casi todo el peso del cuerpo no es porque sea una buena idea, sino porque la evolución llegó a esa solución a través de una especie de accidente fortuito. Un cambio a partir de algo anterior. En las criaturas de cuatro patas, hay una única columna, pero es horizontal y distribuye el peso por toda la columna.Pero girar la columna hacia arriba 90 grados es la cosa más tonta que se puede hacer.

 Otro ejemplo relacionado: al levantarse sobre dos piernas, la pelvis de la mujer humana se volvió más estrecha. Y lo hizo en un momento en el que la cabeza humana estaba creciendo, de modo que la única solución a esta contradicción fue engendrar bebés prematuros. Cuando los bebés nacen antes de tiempo, se necesita más de una persona para cuidarlos, por tanto, la monogamia posiblemente tuvo una explicación: eran necesarias dos personas que estuvieran juntas durante un tiempo para ocuparse de ese bebé tan indefenso y desvalido. Pero definitivamente el tamaño de la cabeza es excesivamente grande comparado con la abertura vaginal: se trata de un diseño de lo más tosco. Por eso, muchas mujeres necesitan cesáreas y también es cierto que los seres humanos nacen relativamente menos maduros que otras criaturas.

La memoria que tenemos no funciona demasiado bien para las cosas que queremos hacer los humanos, como recordar fragmentos específicos de información. Nuestra memoria evolucionó, de hecho, para captar tendencias generales. Si fueras un león, tendrías que saber dónde están las vacas la mayor parte del tiempo, no tendrías que saber dónde está cada animal concreto. No obstante, los humanos modernos tienen que recordar cosas muy específicas muy a menudo, como por ejemplo: "¿dónde dejé aparcado el coche la última vez?".  Ante un conjunto de cosas que comparten una especie de parecido familiar, aunque nunca hayas visto un elemento concreto de la familia, puedes llegar a pensar que sí lo has visto, porque todo se entremezcla. Esto es lo que sucede con nuestros recuerdos: se vuelven borrosos y se entremezclan y ya no los distinguimos. Los recuerdos antiguos con los nuevos; los recientes con los antiguos, hay mucha interferencia. Ahí radica el problema fundamental de la memoria.